Entre todas las enfermedades que pueden llegar a afectar al ser humano a lo largo de su vida se encuentra la hepatitis, una dolencia de tipo inflamatoria que afecta al hígado ya que ocasiona la destrucción de pequeñas zonas de tejido.
Su aparición puede tener causas infecciosas, inmunitarias o tóxicas y manifestarse a través de síntomas similares a los de la gripe (fiebre, fatiga, dolor abdominal, prurito generalizado, náuseas) o bien por una deficiencia hepática grave.
Tras años de analizar este mal y determinar sus focos de origen, los expertos han podido establecer que, dentro del grupo definido como hepatitis viral se encuentran la hepatitis A (tipo para el cual hay vacunas y que puede transmitirse por agua o alimentos contaminados pero no genera daños permanentes en el hígado y en ocasiones es asintomática), la hepatitis B (clase que puede ser aguda o crónica, contraerse por la exposición a sangre infectada o fluidos corporales con sangre, ser prevenida con vacuna y resultar mortal si es fulminante o si no se trata), la hepatitis C y D (virus transmitidos por vía parenteral), la E, la F y la G.
Fuera de ellas, existen la hepatitis alcohólica (de pronóstico variable, desarrollada como consecuencia de una ingesta excesiva de alcohol), la hepatitis isquémica (generalmente provocada por un shock hepático que provoca la disminución del flujo sanguíneo hacia los hepatocitos) y la hepatitis autoinmune (originada por la respuesta anómala del sistema inmunitario respecto a los antígenos que se localizan en la superficie de los hepatocitos).