La idea de sueño (palabra derivada del vocablo en latín somnus) está relacionada a la acción de dormir (acto que realizamos a diario para recargar energía y hacer descansar a nuestro organismo), aunque a veces se diga que podemos soñar con los ojos abiertos.
En la práctica, como sabrán, esta noción se utiliza para describir la condición de cansado de alguien o su profunda necesidad de hacer una siesta o acostarse temprano (“Hoy me voy a casa temprano porque me muero de sueño”, “Tengo tanto sueño que ni sé lo que digo”) y para hacer alusión a fantasías, situaciones que uno proyecta y a cuestiones varias que diversifican al concepto.
Por ejemplo: la expresión “sueño pesado” refiere al que tiene aquel que se duerme profundamente, hasta el punto de no ser fácil de despertar, así como se define como “sueño paradójico” a la fase de relajación que también se conoce como sueño REM (sigla de Rapid Eye Movement). El sueño eterno, en cambio, es el que todos tenemos al morir ya que, según se suele creer, quien fallece se duerme para siempre.
Los sueños dorados, asimismo, simbolizan ciertas ilusiones y anhelos, mientras que la frase “el sueño de la liebre” se aprovecha para describir a las personas que ocultan, disimulan, esconden o fingen una determinada cosa.
Asimismo, existen los sueños que consideramos imposibles (deseos o planes que queremos pero no sabemos si podremos concretar), los sueños arriesgados (cuando nos invitan a enfrentar obstáculos, peligros y a emprender una aventura para ser cumplidos) y los sueños lúcidos (quien los tiene es consciente, los puede reconocer y dominar), por mencionar otros a modo de referencia.