Una empresa puede comercializar productos de excelencia u ofrecer los mejores servicios, pero si falla en materia de atención al cliente, de nada servirán los esfuerzos corporativos en otras áreas. Saber tratar, conformar y ayudar al consumidor es tan o incluso más importante que lo que tenga para brindar o vender la compañía.
Para mostrar predisposición hacia los clientes y abrir canales de comunicación con ellos a fin de transmitirles confianza, toda firma dispone de un amplio número de posibilidades, entre las cuales elegirá las que les resulten más convenientes en función del presupuesto que maneje y las herramientas que tenga a su alcance.
Las empresas más convencionales, por ejemplo, pueden ofrecer una atención directa y personalizada en una oficina a la cual pueda llegar cada consumidor para preguntar, solicitar presupuestos, presentar una queja, resolver un inconveniente o para cualquier otra cuestión que exija una respuesta por parte de la firma.
El servicio de atención al cliente, como sabrán muchos de ustedes, puede incluir también el contacto por vía telefónica, a través de una línea reservada para que un operador de la compañía reciba consultas, pedidos de asesoramiento o, incluso, reclamos.
Ya en un plano más moderno, aparecen las alternativas de las direcciones de correo electrónico (para que los clientes puedan establecer contacto con la empresa cuando cada persona lo considere necesario); de los “operadores en línea” que responden vía chat (por Internet) las preguntas de los clientes y las interacciones por medio de las redes sociales, que permiten un vínculo directo y ágil entre una compañía y los consumidores.