Desde hace muchos años, en idioma español la palabra archivo (del latín archīvum) suele asociarse al conjunto ordenado de documentos que un individuo, una empresa o una institución confecciona por cuestiones laborales o por el deseo de llevar un registro preciso de las piezas acumuladas.
Sin embargo, con el paso del tiempo y el avance de la tecnología la definición de archivo se amplió y comenzó a ser adaptada a diversos ámbitos. Como consecuencia de ello, por ejemplo, el vocablo se convirtió en una especie de sinónimo de guardar y fue adoptado por el lenguaje informático para describir al espacio que se reserva en el dispositivo de memoria de un ordenador para almacenar porciones de datos. Los denominados ficheros o archivos informáticos están compuestos por bits y son individualizados a través de un nombre y la localización en una carpeta o directorio.
Ante las distintas acepciones del concepto, pues, se hizo necesario crear expresiones que permitieran aportar precisiones sobre cada tipo de archivo existente para conocer su origen, sus características o sus contenidos. Así nacieron entonces clasificaciones como las de archivo permanente (compuesto de registros que pueden segmentarse en constantes, de situación o históricos), archivo de movimiento, archivo transitorio, archivo electrónico, archivo eclesiástico (integrado por documentación administrada y controlada por una organización religiosa dentro de una determinada jurisdicción), archivo binario, archivo corrupto, archivo de texto, archivo disperso, archivo temporal y archivo de configuración.
Cabe destacar también que países como Argentina, Venezuela, Chile, Ecuador, Colombia y México, entre muchos otros, poseen sus respectivos archivos generales de la nación.