El concepto de riego guarda estrecha relación con el acto y la consecuencia de regar, un verbo derivado del latín rigāre que, entre otras aplicaciones, sirve para describir la acción de distribuir agua sobre la tierra u otras superficies para refrescarlas o limpiarlas.
En jardines, huertas y todo espacio verde donde crezcan plantas y cultivos se suelen utilizar diversas técnicas de riego. Entre los métodos más habituales aparecen el riego por aspersión (similar al efecto natural de las gotas de lluvia, funciona a partir de la toma y almacenamiento de agua para su posterior distribución mediante un mecanismo de gravedad o por bombeo), el riego por sumersión, el riego por arroyamiento, el riego por drenaje y el riego localizado (también conocido como ‘de goteo’ y que puede aplicarse en ámbitos caseros a partir del armado de un dispositivo simple basado en una botella de plástico conectada a un sistema de perfusión). Asimismo, existen a nivel mundial sistemas de riego presurizados que, entre otros beneficios, ofrecen la posibilidad de ahorrar en mano de obra debido a su funcionamiento automático y de poder esparcir agua sin que la topografía, las dimensiones del terreno ni las particularidades del suelo sean obstáculos que dificulten el proceso.
Cuando se habla en otros contextos de riego sanguíneo, en cambio, se busca hacer referencia a la cantidad de flujo sanguíneo que circula por el organismo y que, en ese recorrido, llega a los órganos y al resto de la estructura corporal de los seres vivos para nutrir y oxigenar el cuerpo.