Muchos de nosotros, al escuchar la palabra ‘viento’ pensamos inmediatamente en una cuestión propia de la naturaleza que, por ejemplo, hace mover a las hojas de los árboles o arrastra diversos objetos según la intensidad que posea la corriente en cuestión.
Sin embargo, cuando uno consulta al diccionario de la Real Academia Española (RAE) comprueba que este término derivado del latín ventus posee múltiples acepciones. Además de ser un vocablo relacionado a asuntos meteorológicos, viento describe a un hueso del organismo canino, refiere a la señal dejada por los animales de caza y que se detecta por medio del olfato, es sinónimo de la idea de engreimiento y, en un contexto marítimo, está entendido como dirección o rumbo.
Los significados atribuidos al concepto no terminan aquí. Incluso, existen clasificaciones en diferentes ámbitos para ampliar más el alcance de esta palabra.
De este modo, existe la posibilidad de considerar a ciertos instrumentos musicales como pertenecientes al grupo de los instrumentos de viento y, al mismo tiempo, evaluar si el viento que sopla en un determinado momento en una región específica es un viento cardinal, un viento calmoso, un viento de proa, un viento entero o un viento alisio.
Otras clases de vientos: el monzón (generado por diferencias térmicas entre la zona marina y los continentes), el siroco (nace en el Sahara y puede presentarse con gran intensidad en áreas de África y Europa) y el pampero (corriente fría acompañada por tormentas y ráfagas que se extiende desde el sur de Argentina y Uruguay), por citar algunos más.