Exponerse al sol sin protección contra los rayos y entrar en contacto con el fuego o una sustancia caliente son dos acciones que pueden causar quemaduras de diverso grado en cualquier parte de nuestro cuerpo.
De ser causadas por superficies heladas, líquidos con temperaturas extremas, fuego o fuentes de calor intenso, se las define como quemaduras de carácter térmico, mientras que las lesiones provocadas a partir del contacto con explosivos, compuestos corrosivos, fluidos tóxicos o sustancias inflamables se consideran quemaduras de tipo químico. De recibir cualquier organismo una descarga eléctrica o quedar perjudicado por un cortocircuito, entonces se hablará de quemaduras eléctricas.
Cada quemadura, a fin de ser tratada para evitar infecciones y garantizar su curación, requiere una examinación previa para poder determinar sus causas y la magnitud alcanzada por la herida. En este marco, las quemaduras suelen ser enmarcadas en función de su gravedad como de primer grado, segundo o tercero.
Las de primer grado son las más leves, las cuales se caracterizan por afectar sólo la parte externa del epitelio y, por lo general, sólo provocan un enrojecimiento de la zona (que puede, o no, inflamarse), piel en escamas y algo de dolor.
Las de segundo grado, por su parte, son algo más profundas y comienzan a provocar ampollas y edemas. Como las primeras, también desencadenan inflamaciones y enrojecimientos intensos.
Ya más preocupantes son las de tercer grado, que penetran todas las capas de la piel y desencadenan un cuadro clínico que requiere atención urgente ante la destrucción de terminaciones nerviosas. A raíz de estas quemaduras se pierden porciones de piel, aparecen manchas de tonalidad clara (que pueden tornarse oscuras con el paso de las horas), suelen surgir edemas, se puede detectar necrosis y la víctima tiene grandes chances de contraer una infección.