El término ‘hueso’ proviene del latín ossum y se utiliza en español para hacer referencia a cada una de las piezas duras, firmes y resistentes que forman parte del esqueleto de los vertebrados.
Estos componentes corporales tienen distintas formas y funciones. De querer profundizar al respecto, entonces, hay que familiarizarse con conceptos concretos que establecieron los expertos para identificar y reconocer a cada hueso de, por ejemplo, el cuerpo humano.
En líneas generales, se puede hablar de huesos largos (tales como el húmero y el fémur), huesos cortos (cuya función es la de amortiguamiento), huesos planos (los cuales protegen a los tejidos blandos) y huesos irregulares (grupo que posee funciones variables pero se destacan como protectores del sistema nervioso central). Sin embargo, al analizar al detalle estas piezas surgen también clasificaciones como las del hueso compacto o cortical y el hueso esponjoso o trabecular. De querer mayores precisiones, entonces se puede centrar la atención en las características del hueso sesamoideo, una pieza pequeña y redondeada que se localiza en diversas articulaciones del cuerpo.
Por el contrario, si la idea es identificar los huesos de la forma más sencilla posible, hay que segmentar por zonas el esqueleto humano para arribar a categorías como las de huesos de la cabeza (los cuales incluyen a los huesos del cráneo y de la cara), huesos de tronco y cuello (huesos de la columna vertebral, huesos de la caja torácica, de la cintura escapular y los de la cintura pélvica), y huesos de las extremidades (brazo, antebrazo y mano, y muslo, pierna y pie).