Una equivocación, un desacierto, una confusión y una diferencia entre lo real y lo que se ha calculado constituye una cierta clase de error. Estas faltas, según el contexto en el cual se cometan y los resultados que tengan, pueden considerarse como errores más o menos graves. No es lo mismo, por describir situaciones habituales, un “error de tipeo” que lleva a escribir mal una palabra que un “error de diagnóstico” que lleva a un médico a darle a un paciente un tratamiento inadecuado. Si alguien se confunde en un trámite administrativo, por señalar otra posibilidad, tiene la chance de reconocer su error y pedir perdón, pero si el error de alguien deriva en el fallecimiento de una persona o animal, ya el panorama se vuelve más complejo y delicado.

Todos, a lo largo de nuestra vida, cometemos algún error: lo importante es aprender para no repetirlos, corregir aquello que hacemos mal y tomar todos los recaudos frente a cada acción trascendente para minimizar el margen de equivocación.

Hay, entre muchos otros, errores humanos que llevan a que falle un dispositivo o máquina, errores de apreciación para analizar un determinado problema o dicho, errores de concepto al interpretar una información y errores de medición.

Los expertos en Derecho, en tanto, pueden cometer y reconocer errores judiciales, errores comunes o errores como vicio de la voluntad, mientras que los especialistas en cuestiones informáticas trabajan sobre códigos de error o de errores de programación.

En el plano científico, por otra parte, son habituales los errores de cálculo, los errores de aproximación y los errores experimentales porque es usual que, en un proceso o experimento de laboratorio surjan datos o resultados inexactos.