A fin de evitar dolores en un paciente que va a ser sometido a una intervención quirúrgica o molestias propias de una práctica médica, se utiliza anestesia.
Hay distintas metodologías y variedades a la hora de aplicar la sustancia que “adormecerá” una parte del cuerpo o que llevará al individuo a un estado de inconsciencia de manera controlada mientras dura el procedimiento médico: cuál elegir y cómo administrarla depende de cada caso.
Cuando se necesita trabajar sobre un área concreta y no es necesario dormir al paciente, se apela a la anestesia local. Así sucede, por ejemplo, en ciertas prácticas de Oftalmología, Ginecología, etc. Para tal efecto hay cremas, geles y soluciones inyectables.
Al acudir a un consultorio odontológico para realizar un tratamiento bucal, por ejemplo, el profesional apela a la anestesia local para relajar al paciente y evitarle dolores propios de la práctica a realizar sobre una pieza dental.
La anestesia locorregional, por su parte, tiene mayor alcance porque no sólo quita la sensibilidad de una zona sino que también permite abarcar un poco más de estructura. Esta alternativa, a su vez, se segmenta en anestesia troncular, anestesia neuroaxial (epidural o intradural) y anestesia regional intravenosa.
En muchos partos, por ejemplo, se le administra a la mujer a punto de dar a luz anestesia epidural para favorecer su relajación y quitarle los dolores para que pueda disfrutar de tan importante momento.
La anestesia general, en cambio, duerme todo el cuerpo por tiempo determinado. Puede administrarse a partir de una vía intravenosa, por inhalación o combinando ambas propuestas. Cuando se combinan las técnicas, se hace alusión a la anestesia multimodal.