Hace ya mucho tiempo, el vocablo latino terraemōtus dio origen a terremoto, una palabra que a lo largo de la historia ha tenido varios usos pero que, en general, está asociado al concepto de sismo.
Antes de hacer foco en su acepción más usual, diremos que este término se empleó en la década del ’70 para bautizar a una película norteamericana y aún en la actualidad identifica a un cóctel típico de Chile.
Ahora bien, en relación al uso que se le da para hacer referencia a los movimientos y temblores de la superficie terrestre a raíz de fuerzas y energía procedentes de capas más profundas (fenómeno que afectó, en los últimos tiempos, a regiones de Indonesia, Chile y Japón, entre otros), hay varios comentarios para hacer.
En primer lugar, podemos resaltar que no existe un único tipo de terremoto. Hay, por ejemplo, algunos de origen volcánico que se producen en cercanías de un volcán y otros de origen tectónico que guardan estrechas relaciones con la aparición de fallas geológicas en diversos puntos del planeta. Cabe mencionar además, en este marco, que hay terremotos inducidos que, por las particularidades que poseen, pueden ser previstos y ayudar a evitar terremotos más importantes capaces de provocar daños mayores.
Otro detalle a tener en cuenta es que no todos los terremotos tienen la misma intensidad o alcance ni provocan el mismo nivel de daños. Para medir estos puntos existen varias escalas que evalúan tanto su fuerza como su magnitud, aunque la más utilizada a nivel mundial es la que se conoce como escala de Richter.