Cuando pensamos en tomar asiento inmediatamente viene a nuestra mente la imagen de una silla o sillón. Ahora bien: estos productos no son todos iguales ni ofrecen las mismas características de diseño, razón por la cual es fundamental ampliar nuestros conocimientos y saber que una silla no siempre será tal como nosotros la imaginamos.
Para empezar, resulta interesante tener en cuenta que esta palabra originada en el vocablo latino sella no tiene un único significado. Las sillas más comunes poseen dos pares de patas y un respaldo, pero también hay sillas especialmente fabricadas para montar a caballo. Asimismo, el concepto puede hacer referencia a una sede, a la dignidad de una autoridad eclesiástica como el caso del Papa, a una localidad o región geográfica (como el caso del Cerro de la Silla, situado en México) y a una expresión matemática (“Punto de silla”), por citar otras interpretaciones que extienden el alcance de la noción.
Si investigamos un poco las clases de sillas que surgieron a lo largo de la Historia, podremos conocer o recordar, según el caso, las particularidades de las sillas bastardas (empleada en otras épocas para cabalgar), de la silla curul (pieza que solía fabricarse en marfil para que pudieran permanecer en ella los ediles romanos), de las sillas de caderas (opción que permite recostarse en ella) y de la silla de la reina (asiento logrado a partir de la unión de, al menos, dos pares de manos), entre otras.
De no indagar demasiado en las modalidades existentes en materia de sillas, sólo tendremos como referencias categorías generales que invitan a distinguir unas de otras a partir de expresiones como silla de ruedas, silla plegable, silla eléctrica, silla de coche, silla con asiento regulable, silla de plástico y silla de madera.