Un fósil es aquella sustancia de origen orgánico que, por causas naturales, se encuentra petrificada en las capas terrestres. El concepto, además, se refiere al vestigio o molde conservado en rocas sedimentarias que revela la existencia de criaturas que no corresponden a la época geológica en la cual se los descubre. Por lo general, en un fósil sólo queda atesorada la estructura más dura del animal o planta.
De acuerdo a sus orígenes y particularidades es posible clasificar a los fósiles de distintas maneras. Los más antiguos se conocen bajo el nombre de estromatolitos y su análisis permite advertir, entre otros, restos de huesos transformados en piedra, caracoles y ammonoideas.
En la práctica, se suele catalogar a los fósiles descubiertos como microfósiles (fáciles de observar con microscopios ópticos), nanofósiles (si se advierten con microscopios electrónicos) o macrofósiles y megafósiles si se pueden ver a simple vista.
Los icnofósiles, por su parte, son estructuras formadas por restos de deposiciones, huellas, huevos o nidos que reflejan la morfología del organismo reproductor. Éstas pueden interpretarse de manera filogenética, etológica, tafonómica, sedimentológica o paleoecológica.
El fósil guía, en cambio, es aquel resto paleontológico o arqueológico que contribuye a establecer la unidad estratigráfica en la que se ubica ya que suelen ser exclusivos de una determinada era geológica. Asimismo, el fósil transicional es el especimen fósil que presenta rasgos intermedios entre dos tipos de organismos que se relacionan como ancestro y descendiente. A través de él, los expertos pueden probar las transformaciones evolutivas de una especie y profundizar en su estudio.