A diario recibimos estímulos de diversas fuentes que nos llevan a reaccionar con la mente y/o los sentidos. Ante un cierto agente externo o incitación, en nuestro organismo evidenciamos una reacción específica.
Gracias a nuestros sentidos podemos responder frente a diferentes estímulos del entorno que nos rodea: encontramos allí estímulos auditivos o sonoros (a través de los sonidos), estímulos olfativos (a partir de olores), estímulos táctiles (mediante distintas texturas), estímulos visuales (que provocan la atención de nuestros ojos) y estímulos gustativos (los cuales provocan reacciones valiéndose de sabores). Por ejemplo: al rozar o tocar una estufa encendida inmediatamente reaccionamos al estímulo caliente, que según sea la intensidad del contacto incluso nos llegará a doler la zona donde recibimos tal estímulo y nos llevará a modo de respuesta a retirar el cuerpo de dicho lugar.
De acuerdo a los expertos en Psicología, existen los estímulos incondicionados (aquellos que generan reflejos sin que sea necesario aprender algo antes) y los estímulos condicionados (surgen cuando un reflejo se asocia a un estímulo incondicionado).
Los estímulos aversivos, por su parte, tienen la particularidad de ser desagradables para los receptores. Pueden surgir con carácter social o físico en numerosas circunstancias, especialmente en las vinculadas al área educativa.
A la hora de aprender algo, a veces se implementa el recurso de los estímulos operantes para generar en el sujeto más chances de adoptar conductas que abarcan consecuencias positivas.
De hacer foco en el modelo basado en un estímulo y respuesta, encontraremos a una clase de investigación donde surge una respuesta tras un estímulo cuantitativo brindado por quien desarrolla el proceso investigativo.