Los expertos en Astronomía definen como satélite (palabra con origen en el vocablo latino satelles) a los cuerpos celestes opacos que orbitan alrededor de algún planeta primario y únicamente consiguen brillar por la luz del Sol. Quienes se especializan en cuestiones propias de la Mecánica, por su parte, consideran que un satélite es toda rueda dentada perteneciente a un engranaje que puede girar sin condicionamientos sobre un eje a fin de transferir el movimiento de otra pieza dentada. En la vida cotidiana, asimismo, se utiliza esta expresión de manera coloquial para describir al objeto o individuo que depende de otro ser o cosa y que permanece bajo su influencia.
De buscar mayores precisiones sobre esta noción, surgen numerosas clasificaciones que demuestran el amplio alcance de esta palabra. Es posible, por citar un caso puntual, centrar la atención en las características de los satélites naturales (que, a su vez, pueden subdividirse en las categorías de satélites asteroidales y satélites irregulares, así como en los grupos de satélites pastores, coorbitales y troyanos) o bien hacer foco en las alternativas que diversifican al conjunto de los satélites artificiales, entre los cuales aparecen los satélites meteorológicos, los satélites de comunicaciones (para posibilitar las telecomunicaciones), los satélites astronómicos (reservados para observar y analizar galaxias y planetas), los satélites de navegación y los satélites espías (sirven para registrar movimientos de seres humanos), entre muchos otros.
Lejos de estas aplicaciones, en el campo de la Demografía se apela a este vocablo para generar la idea de ‘ciudad satélite’, una expresión que describe a una localidad que se encuentra en la periferia de una urbe y depende de ésta.