Para ponerse en marcha, desarrollarse, mantenerse y funcionar de manera adecuada, toda empresa necesita valerse de diversas clases de recursos (palabra derivada del vocablo en latín recursus que, entre muchas otras acepciones, se interpreta como el medio material o inmaterial que se utiliza para concretar una tarea o arribar a un determinado fin).

En primer lugar, para poner en marcha cualquier emprendimiento se requieren tantos recursos económicos (una cierta cantidad de dinero que le permita al dueño de la compañía invertir en una propiedad, en maquinaria, en contratación de personal, en la adquisición de insumos, etc.) y recursos humanos (empleados que se desempeñen en los distintos departamentos o áreas de la firma) como recursos materiales (es decir, los elementos que permitan llevar adelante la actividad empresarial, como sucede con las instalaciones, las herramientas, la materia prima, etc.).

Asimismo, para optimizar tiempos, mejorar la producción, innovar y aprovechar mejor los potenciales de todo lo reunido, toda empresa debe disponer de recursos técnicos (como marcas, fórmulas exclusivas o un sistema propio de producción) y de recursos energéticos que, según cada caso y la filosofía de cada empresa, pueden ser, o no, renovables.

Dicho de otra manera, en toda empresa existen los recursos físicos o tangibles (como el transporte, los equipamientos, las oficinas y otros inmuebles, los materiales que sirven para producir o los que se comercializan, etc.) y otros recursos que, al no poder ser tocados o percibidos por los sentidos, se definen como intangibles, tales los casos de los recursos competitivos (nucleados en el know-how) y los recursos legales (categoría que contempla a los eventuales patentamientos, a los derechos de marca y a los permisos gestionados, entre otros).