Con sus enormes cuellos y su cuerpo cubierto por particulares manchas, las jirafas llaman la atención tanto en estado salvaje como en los parques donde son criadas en cautiverio.
Estos mamíferos originarios de África pueden llegar a tener una altura de cinco metros y segmentarse en diferentes categorías de acuerdo a la subespecie a la que correspondan.
Una de las menos conocida para quienes suelen recorrer zoológicos es la jirafa nubiana, un animal que suele habitar en Etiopía y Sudán. Este animal posee manchas marrones cuatrilaterales que no cubren toda la estructura corporal: no están, por ejemplo, debajo de las rodillas ni en la parte interna del muslo.
La jirafa nigeriana, en tanto, enfrenta graves peligros de extinción ya que, por ejemplo, no quedan ejemplares de ella en Nigeria y son pocas las que sobreviven en Chad, Burkina Faso y Níger. Estos seres tienen un fondo amarillento muy claro sobre el cual se multiplican manchas rojizas.
Más delicada aún, lamentablemente, es la situación de la jirafa de Rothschild, familia de la cual quedan muy pocos ejemplares y cuyo hábitat actual se reduce a zonas protegidas de Uganda y Kenia.
La jirafa de Sudáfrica con manchas redondeadas o con apariencia de estrella, la jirafa de Rodesia también conocida como Thornicroft que vive en Zambia, la jirafa Masai propia de Tanzania y Kenia, la jirafa de Kordofán que se caracteriza por tener una musculatura pequeña, la jirafa de Angola (también bautizada como ahumada) y la jirafa reticulada o somalí son otras subespecies que permiten descubrir el maravilloso y diverso mundo de las jirafas.