La imaginación guarda relación directa con la mente, la creatividad y la fantasía.
A lo largo de nuestra vida, la imaginación puede ser un recurso ideal para soñar cosas tanto reales como irreales, hallar soluciones a múltiples problemas y generar actividades y planes originales, pero también puede llevarnos a creer cuestiones y situaciones que no existen más que en nuestra cabeza y que, aún así, nos atormentan y atemorizan.
Al buscar información sobre esta temática podemos aprender a diferenciar entre imaginación activa (procedimiento para constituir, en estado de vigilia, un diálogo activo con el inconsciente), imaginación pasiva (la fantasía que no tiene desarrollo y requiere disciplina para transformarse en imaginación activa), imaginación colectiva (símbolos y mitos asociados a una especie de fantasía social surgida en torno a ciertas cuestiones) e imaginación dirigida (técnica de aplicación personal para relajar el cuerpo y la mente a partir de pensamientos agradables), por señalar algunas posibilidades a modo de referencia.
Asimismo, es interesante saber que, de acuerdo a la etapa de la vida, la imaginación presenta múltiples grados de desarrollo y rasgos distintivos. La imaginación infantil, por ejemplo, carece de restricciones y de condicionamientos, permitiendo soñar y crear universos fantásticos con absoluta libertad. En el adolescente, en tanto, la imaginación adquiere tintes idealistas producto de la falta de experiencia, las aspiraciones y la fuerza inspiradora propia de la juventud para querer cambiar el mundo, mientras que el adulto ya posee una imaginación disciplinada que se deja influir por miedos, creencias, experiencias y otras cuestiones que atentan contra las ilusiones y utopías.