Durante la erupción de un volcán es posible observar a un material derretido o en fusión con una elevada temperatura que forma desde cascadas hasta arroyos encendidos: la lava. Cuando se solidifica y se enfría, forma rocas ígneas, las cuales son aprovechadas en tareas de construcción, por ejemplo.

La lava fluida es aquella compuesta por material solidificado, pero si todavía conserva rocas fundidas se la define como lava fluida activa.

Menos habituales que ellas son las lavas sulfurosas, las lavas de óxido férrico y las lavas natrocarbonatítica y carbonatítica.

Los volcanes subglaciares, en tanto, permiten descubrir las particularidades de las llamadas lavas almohadillas o acojinadas (por su apariencia semejante a almohadas que se apilan), que se forman cuando el magma llega a la superficie y, a raíz de la diferencia térmica significativa entre el agua y la lava, se crea una especie de piel que se infla con más lava. Son, de acuerdo a los expertos en el tema, lavas basálticas que se solidifican en un entorno subacuático.

Es importante destacar también que, al indagar en los alcances y aplicaciones de este concepto, adquiere relevancia la clasificación de lava seca, una expresión que no guarda relación directa con los volcanes sino que se emplea en Computación para identificar a un antipatrón de diseño que se entrega o expone antes de completarse y, por lo tanto, no se pueden modificar sus características al ser probado. Con inspiración en las tonalidades cromáticas de la lava volcánica, asimismo, se menciona como lava a un color que varía entre rojo y naranja, con múltiples matices.